OpenAI ficha a Jony Ive con el objetivo de diseñar los dispositivos del futuro

OpenAI ha hecho oficial una de las jugadas más ambiciosas de su historia reciente: la adquisición del estudio IO, fundado por Jony Ive, junto a varios exdiseñadores e ingenieros de Apple. Este movimiento, valorado en 6.400 millones de dólares, no solo refuerza la apuesta de la compañía por el diseño industrial, sino que redefine las expectativas en torno a la relación entre humanos y tecnología basada en IA.

La incorporación de Ive (ex Chief Design Officer de Apple y creador de productos como el iMac, el iPhone o el iPad) no es una simple colaboración externa. Desde ahora, Ive y su consultora LoveFrom tendrán “responsabilidades profundas de diseño y creatividad” en OpenAI e IO, según el escueto pero simbólico comunicado emitido por la compañía hace unos días. En otras palabras: Ive se convierte en el director creativo de facto del futuro físico de OpenAI.

Una colaboración cocinada a fuego lento

La relación entre Sam Altman e Ive no es nueva. Comenzó en 2023 de forma informal, cuando LoveFrom fue contratada para ayudar a definir cómo deberían ser los dispositivos del futuro en un mundo post-pantalla y post-teclado. En 2024, Ive fundó IO junto a un selecto grupo de exApple, como Scott Cannon, Evans Hankey y Tang Tan. El encargo: conceptualizar y desarrollar una nueva familia de dispositivos diseñados para interactuar con los modelos de IA de OpenAI de forma intuitiva, natural y no invasiva.

Según fuentes cercanas al proyecto, el objetivo no es competir con el iPhone, sino crear una categoría completamente nueva, más cercana a un asistente contextual que a un dispositivo tradicional. La idea: que la IA te acompañe, te escuche y te entienda, sin interrumpirte ni pedirte que abras una app.

Altman lo definió con una hipérbole: “Será la pieza tecnológica más alucinante que el mundo haya visto jamás”. Pero más allá del entusiasmo, hay motivos para prestar atención. Ive ha calificado a los teléfonos y ordenadores actuales como “productos heredados”, lo que sugiere que OpenAI está diseñando dispositivos que van más allá del teclado, la pantalla o el touchpad.

Los prototipos, aún en fase confidencial, prometen ser compactos, conscientes del entorno y capaces de integrarse en el día a día sin fricción, según informaciones filtradas al Wall Street Journal. Algunos apuntan a un asistente portátil, que podría descansar sobre un escritorio o llevarse en el bolsillo, operando como una extensión inteligente del usuario.

Una apuesta por el diseño como función estratégica

La trayectoria de Ive demuestra que cuando el diseño se coloca en el centro de la empresa (como ocurrió en Apple bajo el liderazgo de Steve Jobs), los productos no solo funcionan: definen culturas y mercados. La clave, sin embargo, no es el talento individual, sino la estructura organizativa que lo potencia.

“John es un diseñador fenomenal, pero su éxito fue posible porque tuvo el respaldo total de un CEO que creía en el diseño”, explica a The Drum Martin Darbyshire, cofundador de Tangerine y mentor inicial de Ive. El reto para Altman no es solo económico o tecnológico, sino organizacional: asegurar que el diseño no quede relegado como adorno estético, sino que estructure las decisiones de producto, negocio y ética.

OpenAI no es rentable y no espera serlo hasta 2029, según Bloomberg. Mientras tanto, Altman intenta levantar la astronómica cifra de 7 billones de dólares para financiar su visión de futuro. Esta escala de inversión ha sido calificada por expertos como “una amenaza para la democracia” debido al nivel de poder y concentración que conlleva.

La periodista Karen Hao advertía en The Guardian que el verdadero peligro de la IA no reside solo en su capacidad técnica, sino en la opacidad y el acceso privilegiado al capital que manejan compañías como OpenAI.

¿Un producto para todos o un lujo de Silicon Valley?

Otro interrogante es el modelo de negocio. “Diseñar un dispositivo es solo el principio. Lo difícil es cómo monetizarlo”, señala Darbyshire.

Sin una estrategia sólida (ya sea basada en suscripción, servicios añadidos o modelos B2B), incluso el mejor producto puede fracasar. Ejemplos sobran: desde Fitbit, que nunca ha generado beneficios pese a ser parte de Google, hasta startups de hardware que no sobrevivieron al mercado. OpenAI deberá decidir si apuesta por un modelo masivo y de consumo o si se adentra en terrenos más especializados como la salud, la productividad o la educación.

Más allá del producto, OpenAI ya es una marca poderosa. Según Kantar BrandZ, ChatGPT ha entrado por primera vez en el ranking de las marcas más valiosas del mundo, gracias a atributos como disrupción, conveniencia y propósito. Esto otorga a la compañía una ventaja: el público quiere lo que OpenAI ofrece, aunque no sepa todavía qué es.

La llegada de Jony Ive a OpenAI no es un gesto cosmético: es la piedra angular de una visión que busca fusionar diseño, IA y experiencia humana. Si logra lo que hizo en Apple (y Altman le da el espacio y los recursos), podríamos estar ante una nueva revolución. Pero si no se acompaña de un modelo de negocio viable y una reflexión ética seria, el mejor diseño del mundo podría quedarse en una bonita promesa sin impacto real.

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